viernes, 20 de enero de 2017

Ordesa: el Otoño


La que podríamos definir como la “catedral de las montañas”: el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, junto con su entorno más próximo (valles de Bujaruelo, Ordiso, Otal, Pineta, Cañón de Añisclo) constituye, hoy, lugar de peregrinación obligada que, sin responder a motivos religiosos como tantas otras peregrinaciones bien conocidas, se manifiesta en la visita obligada y recurrente de tantos y tantos excursionistas, senderistas o montañeros que sienten la llamada (anual en muchísimos casos) de la montaña y, como en mi caso, la perciben con una vehemencia que trasciende la razón para convertirse en un sentimiento profundo y casi religioso al que cada cual daría, probablemente, una explicación diferente. La mía responde a la gratificante sensación de infinitesimal insignificancia de una vida frente a la que nos rodea en ese santuario natural. 
El otoño ordesano es, en particular, la mejor lección que podemos recibir del significado de la vida en su magnífica y abrumadora renovación, en ese “hasta luego” que embriaga nuestros sentidos mientras los vientos desnudan la arboleda y alfombran las veredas y los senderos con una bellísima y colorista despedida que, en realidad, supone la renovada promesa de un próximo reencuentro.



Ordesa



































Ordiso









Otal



Bujaruelo








De Sarvisé a Fanlo






Añisclo